El choque del coronavirus revela los errores del capitalismo global

Análisis
Author
Jo Cottenier, Servicio de Estudios del PTB
PTB.be

La lucha contra la pandemia del coronavirus se suele comparar con una guerra. Nos enfrentamos a un desafío titánico. Pero para triunfar en el frente, es mejor estar alerta, entrenados y bien descansados, no llegar exhaustos. Nuestro sistema de atención médica occidental ha sufrido oleadas de recortes presupuestarios y privatizaciones durante décadas. Nuestra economía ya estaba renqueante antes de recibir el duro golpe de esta crisis imprevista. Después de la de 2008, debemos sacar conclusiones reales de esta crisis del coronavirus y lograr un cambio radical de sistema. Nuestra salud, nuestro futuro social y el clima están en juego.

1. ¿Quién va a pagar la cuenta? No debemos repetir el escenario de 2008

Cuando la economía se derrumba, asistimos una situación extraña. Aquellos que, hasta el día antes, se revolvían ante la mera mención de cualquier idea de algo colectivo, se convirtieron de la noche en la mañana en los grandes defensores de los poderes públicos. Acuden a la comunidad para cubrir sus pérdidas. Pero a continuación vendrá la factura, no te equivoques. Es lo que sucedió en 2008, y está sucediendo hoy. Entonces, ¿quién pagará mañana la generosidad de hoy?

La canciller alemana Angela Merkel fue la primera en comparar esta situación con el colapso de 2008. Al igual que en 2008, un inesperado terremoto mundial sacudió los fundamentos económicos. Sin embargo, la pandemia mundial del COVID-19 tiene un impacto mucho más directo y profundo en la vida cotidiana que la crisis de 2008. Un tercio de la población mundial está en cuarentena. El cierre de escuelas y del sector de la hostelería, la cancelación de eventos masivos, el cierre de la producción y de la aviación... Es algo inédito. Una cuarta parte de la fuerza de trabajo belga, más de un millón de personas, está temporalmente desempleada. Muchos países han declarado el estado de emergencia. Es evidente que el impacto a corto plazo de esta crisis es más profundo y más brutal que en 2008.

Después del shock de 2008, nuestro sistema social apenas se puso en cuestión. Los bancos fueron rescatados con fondos públicos y los costos se transfirieron a la población. Los dogmas neoliberales de mercado se han mantenido firmes. La inestable construcción de la zona euro sólo se salvó a costa de severos recortes presupuestarios en los sectores sociales y una creciente liberalización y privatización. Las consecuencias de estas opciones están dando sus frutos hoy. El sector de la salud ha sufrido un recorte presupuestario tras otro. Invertir era un auténtico tabú. Hoy recordamos el desprecio de nuestros líderes por la lucha del sector sanitario. Recordamos sus acusaciones de "populismo" contra la izquierda genuina cuando exigía la necesidad de un fondo para las "batas blancas".

Salvo algunas reformas menores en el sector bancario, no se adoptaron medidas estructurales tras la crisis de 2008. No podemos repetir ese escenario hoy.

A corto plazo...

La particularidad de esta crisis es que la actividad económica, tanto en lo que respecta a la demanda como a la oferta, está gravemente perturbada. A nivel mundial, se han cerrado empresas, ya sea espontáneamente debido a la interrupción de la cadena de suministro o por la coerción, para frenar la propagación del coronavirus. En los sectores de servicios como la hostelería, el turismo y la aviación, las pérdidas son irremediables y no se pueden recuperar. Los eventos culturales y deportivos programados simplemente se cancelan. Por lo tanto, el impacto económico ya puede medirse directamente. La disminución de la actividad económica en los dos primeros trimestres de 2020 es indiscutible y nadie puede decir cuánto tiempo continuará. Los más optimistas prevén una reanudación en 2021, a pesar de las interrupciones debidas a nuevas olas de propagación del coronavirus, mientras se espera una vacuna eficaz a gran escala.

Las pérdidas de ingresos, el desempleo temporal, la pérdida de puestos de trabajo debido a los cierres y la incertidumbre sobre el futuro pesarán sobre el consumo e, inevitablemente, sobre la inversión de los hogares. Esto continuará mucho después de que los picos de la pandemia de coronavirus hayan quedado atrás.

El Fondo Monetario Internacional (FMI) predice una recesión mundial en 2020 que será tan grave, o incluso peor, que la crisis financiera mundial de 2008". Por su parte, Pierre Wunsch, el gobernador del Banco Nacional de Bélgica, espera un escenario de contracción (disminución de la actividad económica) del 2 al 5% en toda Europa. Por último, para Voka, la organización patronal flamenca, Flandes debe esperar tiempos aún más oscuros. Según su director general, Hans Maertens, los efectos de la crisis serían tres veces más violentos que los de la crisis financiera de 2008-2009.

A medio plazo...

Hasta nuevo aviso, todas estas previsiones se basan en la posibilidad de recuperar una gran parte de las pérdidas de producción una vez que la crisis del coronavirus haya terminado, y lograr una recuperación completa en 2021. En los círculos políticos y financieros de todo el mundo se observa un déficit temporal en las empresas y los hogares, que deberá compensarse con medidas de apoyo excepcionales. Las empresas se benefician de un aplazamiento de sus pagos de impuestos y de seguridad social y pueden solicitar a los bancos préstamos de alivio. Así, el gobierno belga ha aprobado medidas de apoyo y aplazamiento de pagos por un valor de entre 8.000 y 10.000 millones de euros (equivalente a 2 % del producto interior bruto, PIB). Los bancos, por su parte, obtuvieron garantías para 50.000 millones en nuevos préstamos (10 % del PIB). Incluso los liberales, los monetaristas y los más convencidos fanáticos de los recortes presupuestarios creen que no debemos ser demasiado duros con nosotros mismos en este momento. Como dijo el ex ministro de finanzas neoliberal Johan Van Overtveldt (N-VA): "Puede parecer inusual, pero no creo que sea el momento de preocuparse por el creciente déficit”.

Cuando toda la economía se derrumba, aquellos que, apenas el día antes, todavía temblaban ante la mera mención de algo colectivo se convierten, de repente, en los grandes defensores de los poderes públicos. Es lo que ocurrió en 2008 y sigue pasando hoy. Pero a continuación vendrá la factura, no te equivoques. Queda una pregunta primordial: ¿quién pagará mañana la generosidad actual? Según estimaciones, se espera que el déficit presupuestario supere los 30.000 millones de euros y que la deuda pública alcance el 110-115% del PIB. La Unión Europea deja de lado temporalmente las normas presupuestarias y de deuda sólo porque no tiene otra opción.

El escenario es conocido. La carga de la deuda de la crisis de 2008 se ha trasladado a la población activa mediante el ahorro en el gasto social, atención a la salud, educación, servicios públicos y el gasto en funcionarios. Tan pronto como el grueso de la pandemia del coronavirus quede atrás, tendremos que librar una nueva batalla: la de elegir cómo ahorrar dinero. Hemos sido advertidos. La respuesta tiene que ser clara e inequívoca: bajo ningún concepto un nuevo escenario de 2008.

Para llenar los agujeros financieros creados por la crisis del coronavirus, se necesitarán nuevas soluciones esta vez: revisar la absurda compra de aviones de combate F-35, el gasto en la OTAN, pero también los absurdos deseos de dividir el país que nos obligan a financiar un ridículo número de ministros, o enfrentar los exorbitantes precios que cobran por ciertos medicamentos las empresas farmacéuticas multinacionales,... La responsabilidad y el civismo que se exigen actualmente a los ciudadanos corrientes deben exigirse al gran capital, que no duda en evadir impuestos vergonzosamente. Lo mismo pasa con los más ricos, que ya no saben qué hacer con su dinero, o con las empresas y los ultra-ricos que llevaron 172.000 millones de euros a paraísos fiscales el año pasado y que siguen distribuyendo miles de millones de euros en dividendos a sus accionistas.

2. El sistema quemó todos sus cartuchos

La cuestión de quién va a pagar la factura de las medidas de ayuda de la crisis del coronavirus no es la única que se plantea. También tenemos que preguntarnos qué intervenciones estructurales tendrán que aplicarse necesariamente para que la economía vuelva a funcionar. La onda expansiva del coronavirus resonará durante mucho tiempo, las grietas son profundas. Más aún dado que la pandemia golpea a las principales economías capitalistas en un momento en que todos sus indicadores ya estaban en rojo.

El mundo capitalista no esperó al coronavirus para tener mala salud: 2% crecimiento económico en los Estados Unidos, 1% en Europa y Japón y un cuasi estancamiento en los llamados países emergentes: Brasil, México, Turquía, Argentina, Sudáfrica y Rusia... el ambiente no era para nada festivo. La economía china, que hasta ahora ha mantenido a flote la economía mundial, también ha experimentado su crecimiento más lento en los últimos 30 años, a un ritmo del 6%.

De hecho, todos los medios que los bancos centrales utilizan hoy en día para combatir la crisis se han aplicado durante los últimos diez años. Y han demostrado ser completamente ineficaces. (...)

Una vez que la epidemia del coronavirus haya disminuido, la economía se recuperará por el lado de la oferta, pero la demanda sólo puede provenir de tres fuentes: de la inversión empresarial, de inversiones gubernamentales o de las inversiones y consumo de los hogares. Pero en estos tres casos, la crisis actual podría durar mucho tiempo. (...)

La deuda total de los estados, las empresas y la población asciende a 253 billones de dólares. Son 100 billones más que antes de la crisis financiera de 2008. Como resultado, la relación entre la deuda mundial y el producto interno mundial alcanzó un máximo histórico del 322% en el tercer trimestre de 2019. Estas son las alarmantes cifras del Instituto de Finanzas Internacionales. Para el periódico británico The Financial Times, no hay duda de que el coronavirus es la semilla que llevará a la próxima crisis de la deuda. En un artículo titulado "La semilla de la próxima crisis de la deuda", el periódico describe una situación explosiva: "Si el virus continúa propagándose, cualquier debilidad en el sistema financiero podría conducir potencialmente a una nueva crisis de deuda”.

Cabe añadir que los mayores riesgos siguen recayendo sobre los países en vías de desarrollo, aplastados por la carga de la deuda, y en particular sobre aquellos cuyas fuentes de ingresos se están derrumbando como consecuencia de la actual guerra del petróleo entre Arabia Saudita y Rusia y la consiguiente caída de los precios del petróleo.

3. Ante la crisis del coronavirus, es necesario un “choque de izquierdas”

Cuando la economía de mercado está en problemas, el Estado acude al rescate. Pasó en 2008 y sigue pasando a día de hoy con la crisis del coronavirus. Esto demuestra que en situaciones de crisis extremas, es posible hacer cosas que normalmente serían imposibles. Y esto abre las perspectivas de un cambio fundamental a nivel de la sociedad.

Hoy, en todo el mundo, todos los grifos de dinero están abiertos: los del FMI, los bancos centrales y los gobiernos. Durante la ola neoliberal, se escuchó a menudo que los estados eran "impotentes". Lo que estamos experimentando ahora prueba que todo era una farsa. La actitud repentinamente dominante de los estados y gobiernos es a veces incluso descrita como una ofensiva marxista. Sin embargo, se trata de una advertencia engañosa de fuertes defensores del mercado. "No dejéis que se llegue a eso", advierten. De hecho, han entendido muy bien lo que está pasando, porque en 2008, también se nacionalizaron los bancos. Si es necesario, también se nacionalizarán compañías aéreas como Alitalia o Brussels Airlines. Cuando el capitalismo se derrumba, el gobierno se convierte en el último salvavidas. En los Estados Unidos y el Reino Unido, se ha encargado a empresas automotrices la fabricación de equipos y suministros médicos. El fracaso del mercado fue tan flagrante que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, tuvo que invocar la Ley de Producción de Defensa (una ley promulgada durante la Segunda Guerra Mundial que autorizaba las requisas y el control estatal de la economía) para obligar al fabricante de automóviles General Motor a producir respiradores. Parece que estuviésemos en tiempo de guerra.

Cuando durante la Segunda Guerra Mundial la necesidad de racionalizar la producción militar se hizo evidente en los Estados Unidos y el Reino Unido, todas las fuerzas de la nación se movilizaron con este fin. Los países capitalistas más duros adoptaron los métodos de la Unión Soviética para planificar su producción bajo control estatal. Las industrias críticas cayeron en manos de los gobiernos. La fortuna de los capitalistas se movilizó para la inversión pública y todo el sector bancario comenzó a trabajar bajo las órdenes del gobierno, que llegó a convertirse en propietario parcial del sector. Después de la guerra, todo el mundo estaba en la cubierta para asegurar la recuperación del orden capitalista.

Una opción vital, tanto económica como políticamente

Esto demuestra que en situaciones de crisis extremas, es posible hacer cosas que normalmente serían imposibles. Pero también funciona al revés. Tras la Segunda Guerra Mundial, la clase dirigente tuvo que resignarse a hacer grandes concesiones para sofocar el ascenso del comunismo. Así es como nació la seguridad social en Bélgica y en muchos otros países europeos. Así, en Francia, la mitad de la industria ha terminado en manos del Estado (como Renault, por ejemplo). Así es como nació el famoso Servicio Nacional de Salud en Gran Bretaña.

Hoy, nos enfrentamos una vez más al mismo punto de no retorno. En España se han puesto bajo control estatal instituciones sanitarias privadas. Si la guerra que estamos librando actualmente es diferente de una guerra mundial real, su impacto también perdurará a lo largo del tiempo y los desafíos que se enfrentarán también son incomparables.

Las decisiones tomadas no son sólo económicas. Son inseparables de la crisis política en toda Europa. Sin un proyecto entusiasta de movilización colectiva de las fuerzas sociales y de la izquierda, la extrema derecha continuará su ascenso. La lógica del mercado del orden establecido nunca logrará contrarrestar el populismo de extrema derecha. Como escribió el periodista francés Serge Halimi en Le Monde Diplomatique, no debemos dejarnos cegar por la aparente contradicción entre la extrema derecha y los partidos tradicionales, ya que ambos glorifican el mismo modelo económico. El peor peligro sería que toda esta crisis sirviera para fortalecer los poderes establecidos y, una vez más, para hacer pagar a la población. Con el riesgo de crear un caldo de cultivo para las fuerzas de la extrema derecha. Si hay que sacar una conclusión del desastre que acabamos de describir, es que es indispensable una alternativa anticapitalista. Es una elección vital, no sólo económicamente, sino también políticamente.

Corresponde a los poderes públicos tomar la iniciativa, sobre todo de aprender las lecciones de esta guerra sanitaria. Los planes de austeridad en el sector de la salud deben ser desechados; la Unión Europea debe dejar de abogar por la privatización. Asimismo, existe una necesidad urgente e indispensable de refinanciar la seguridad social y la atención a la salud. La investigación en vacunas y las reservas estratégicas deben volver al erario público. En cuanto a los Tratados europeos, deben ser revisados y liberados de los dogmas del mercado para que los poderes públicos puedan conservar el monopolio de los sectores sociales. (...)

La planificación es un arma eficaz en la lucha contra una epidemia viral, pero también frente a los desafíos económicos y ecológicos

Actualmente estamos luchando no sólo contra el coronavirus, sino también contra la bestia capitalista. La lucha contra los desastres a corto y largo plazo requiere la movilización de todos los fondos sociales, así como un despliegue planificado y coherente de todos los recursos materiales y humanos. Son requisitos que una economía de mercado, basada en la competencia y la búsqueda de beneficios, es incapaz de cumplir. Incluso el orden establecido debe admitir a regañadientes el fracaso del mercado y la necesidad de gestionar las necesidades básicas de forma colectiva. Sin embargo, esta es una admisión forzada que esconde la esperanza de un rápido retorno al « business first » (los beneficios antes que todo). La única razón por la que escuchamos algunas dudas cautelosas sobre la globalización de vez en cuando es que no queremos tener que depender demasiado de China para el suministro.

Sin embargo, el problema no es la globalización como tal, sino el capitalismo global, el fracaso de un sistema económico y político.

La economía de mercado sólo tolera a las autoridades públicas y la planificación cuando se trata de evitar desastres. Sin embargo, estos desastres tienen sus raíces en la lógica misma de la competencia y la carrera por el máximo beneficio, como lo demuestran claramente las crisis económicas y climáticas. El hecho de que la planificación se considere ahora como la solución casi obvia para combatir una epidemia viral demuestra su capacidad para superar epidemias como la crisis económica y la crisis climática.​

En los próximos meses, habrá que volver a poner el socialismo en el orden del día, un poco como hizo Bernie Sanders en los Estados Unidos, en el corazón mismo del capitalismo, especialmente entre los jóvenes. Los jóvenes merecen algo más que un futuro marcado por desastres conocidos, que un cambio de sistema lograría evitar. Este sistema diferente, es el Socialismo 2.0.​